Aquella por la que brilla el sol
Es la tumba más hermosa de todas: la KV66, localizada en el Valle de las Reinas. Fue construida por Ramsés II, uno de los faraones más poderosos de la historia de Egipto, para albergar el cuerpo y el alma (ba) de su esposa preferida, Nefertari. Construida en dos alturas, está bellamente decorada con pinturas y textos en jeroglíficos.
Todas las escenas son un canto a la armonía, al amor, a la perfección. El talento de los artistas que realizaron las pinturas impresiona incluso al más severo crítico de nuestros días. Los colores son vibrantes, llenos de fuerza y de vida, los trazos son seguros, firmes, realizados para exaltar la majestuosidad de las imágenes. Junto a la difunta Nefertari aparecen representados los dioses más importantes del panteón egipcio. En un desfile destinado a perpetuarse por toda la eternidad, parecen a punto de abandonar los muros, si es preciso, para proteger a la reina que guardan.
Porque Nefertari no era una reina cualquiera, era “aquella por la que brilla el sol” y, tras su muerte, Ramsés II cayó en un profundo dolor. Sobre sus paredes se encuentra una poesía dedicada a la reina por Ramsés: Mi amor es único, no puede tener rival; ella es la mujer más bella que ha vivido. Cuando pasa, roba mi corazón y se lo lleva.
Y, ¿cómo sabemos todo esto? De la misma forma que conocemos hoy en día gran parte de la cultura de antiguo Egipto o Kemet, que era como los egipcios llamaban a su tierra: gracias al complicado sistema de escritura que decoraba templos, tumbas y sarcófagos: los jeroglíficos. Durante miles de años, desde que se escribieron los últimos jeroglíficos, en el siglo IV de nuestra era hasta el siglo XIX, no fuimos capaces de entender qué decían. Los textos no eran más que imágenes más o menos bellas, extrañas y fascinantes, pero carentes de significado.
Fue necesario que pasaran siglos de historia hasta que, de forma casual en el lugar más inesperado, surgió la clave que permitió desvelar el significado de los jeroglíficos y comprender el mensaje que querían transmitir a través del tiempo. Esta es la historia de cómo surge y se desarrolla esta escritura, pero también la de los seres humanos que trabajaron hasta que lograron desvelar sus secretos
Origen y evolución
La palabra “jeroglífico” proviene de las raíces griegas ἱερός (hierós): «sagrado» y γλύφειν (glýfein): «grabar». La expresión egipcia para jeroglífico se translitera “mdw nṯr”, transcrita como medu necher, que significa “palabras del dios”.
Desde el Imperio Antiguo, el sistema de escritura jeroglífica egipcia alternaba logogramas, signos consonánticos (que podían ser simples, dobles, triples o de cuatro o más consonantes) y determinantes (signos “mudos” que indicaban a qué tipo de concepto pertenece una palabra). A partir de la dinastía XVIII, se añaden signos consonánticos dobles silábicos (sȝ, bȝ, kȝ etc.) para transcribir los nombres de origen semita, pero este tipo de escritura es muy restringido.
Los símbolos también eran figurativos, es decir, representaban algo tangible, fácil de reconocer, incluso para alguien iletrado que no conociese el significado del mismo. Sin duda, para la creación de su escritura los egipcios se inspiraron en su entorno. De esta forma, encontramos objetos de la vida cotidiana, animales, plantas, partes del cuerpo, etc.
Actualmente se considera que, durante el Imperio Antiguo, Imperio Medio e Imperio Nuevo existían aproximadamente 700 símbolos jeroglíficos. En época grecolatina, su número aumentó a más de 6.000.
El legado sagrado del dios Tot
Los antiguos egipcios pensaban que la escritura había sido creada por Tot, el dios de la sabiduría, la música, las artes y las ciencias.
El nombre egipcio de Tot era Dyehuti (“El de Dyehut”), en referencia al 15ª nomo del Bajo Egipto, siendo Tot el nombre que le otorgaron posteriormente los griegos. Tot era una de las deidades más importantes del panteón egipcio y tenia autoridad sobre todos los demás dioses. Como inventor de la escritura era el protector de los escribas y se consideraba que también había creado las palabras y el lenguaje articulado.
Fue, además, el inventor del calendario, algo absolutamente fundamental en la cultura egipcia, cuya civilización giraba en torno a la crecida del Nilo y por lo tanto dependía de una eficaz medición del tiempo.
Entre los dioses, Tot era el gran escriba sagrado y como tal tenía la función de documentar los hechos que tenían lugar en la “Sala de las dos verdades” durante el “pesaje del corazón o juicio de Osiris” que se describe en el capítulo 125 del Libro de los Muertos. En este juicio o prueba final el dios Anubis coloca el ib o corazón del fallecido en un lado de la balanza. En el otro lado se coloca la pluma que personifica a la diosa Maat, deidad de la verdad, la justicia y la armonía universal.
Este texto es un extracto de mi artículo «Jeroglíficos: el lenguaje sagrado de los dioses», publicado en la revista ACTA de la Asociación de Autores Científico-Técnicos y Académicos. Para leerlo al completo (20 páginas) puedes hacerlo en la web de ACTA.