Ellos no lo sabían, pero al retratar a sus modelos estaban plasmando en el lienzo mucho más que un rostro, un vestido o un gesto.
Gracias al enorme talento de los grandes maestros de la pintura, al contemplar un retrato podemos casi percibir los pensamientos, la historia y los anhelos de la persona que aparece en él. Pero hoy en día podemos llegar mucho más allá y conocer algo tan íntimo e intrínsecamente humano como las enfermedades que les aquejaban y que, en muchos casos, provocaron el fin de sus días. Una mancha en la piel, un bulto en el cuello o una extraña malformación en los dedos probablemente no eran para estos modelos más que un pequeño achaque al que acostumbrarse, pero ahora sabemos que eran señales mudas de las patologías que sufrían.
Ellos no lo sabían, pero estos grandes maestros, con sus excelentes técnicas y su mirada atenta y observadora nos estaban dejando un testimonio único de las personas a quienes retrataron y que hoy valoramos como una importante herramienta que nos ayuda a comprender quiénes fueron y cómo vivieron los modelos a los que inmortalizaron para siempre.
Un médico muy especial
Su nombre es Vito Franco y es un médico muy especial. Es profesor de anatomía patológica en la Universidad de Palermo y, además de dar clase, tiene una pasión fuera de lo común: la iconodiagnosis, el diagnóstico de patologías a las figuras que aparecen en los retratos a lo largo de la historia del arte.
El término no es nuevo ni tampoco la ciencia. Surgió hace más de 25 años de la mano de otro médico italiano, Antonio Giampalmo, un patólogo genovés, y a lo largo de todo este tiempo no son pocos los autores que han continuado avanzando en estos estudios. Pero Vito Franco es sin duda uno de los más destacados y cuyas conclusiones han tenido más repercusión, aunque, como él mismo reconoce, las posibilidades de acierto son muy variables ya que los “pacientes”, en la mayoría de los casos, hace varios siglos que sucumbieron a sus enfermedades y para corroborar las hipótesis formu- ladas sólo contamos con los datos biográficos de cada modelo. Y en la historia del arte es muy habitual no contar ni siquiera con el nombre del modelo.
Una de las hipótesis más conocidas de Franco es la de que La Gioconda, probablemente la obra de arte más analizada y estudiada de la Historia, nos muestra el retrato de una mujer con unos elevadísimos índices de colesterol. La acumulación de grasa en el ojo izquierdo (xantelasma) y un abultamiento (lipoma) en el dorso de la mano derecha así parecen indicarlo.
También sobre La Gioconda algunos autores han aventurado que su inconfundible sonrisa puede deberse al padecimiento de bruxismo, el hábito de apretar o rechinar los dientes involuntariamente.
Observando con ojo clínico
Es difícil cambiar el enfoque al analizar una pintura si durante años lo hemos hecho estudiando colores, perspectivas, composiciones o pinceladas. Pero si lo hacemos buscando algo completamente distinto el mensaje de la obra cambia radicalmente. Este es el caso al analizar la conocida El cambista y su mujer, de Marinus Claesz van Reymerswaele, actualmente en el Museo del Prado. Si escrutamos a los modelos como lo haría un médico que observa a sus pacientes en busca de pistas que le orienten en su diagnóstico, veremos que la mujer presenta una serie de hinchazones en el cuello claramente visibles. Según Vito Franco se trata de una linfodenopatía, es decir, una inflamación de los ganglios linfáticos.
Un caso bastante frecuente y, según el doctor Franco, con un alto índice de fiabilidad, es el que presentan las figuras representadas que parecen afectadas de bocio. Son muchas, ya que era una dolencia muy frecuente para la que no existía tratamiento. Un ejemplo lo tenemos en el mosaico bizantino de la Iglesia de San Vital, en Rávena, que muestra a la Emperatriz Teodora acompañada por su séquito. Si observamos atentamente a sus acompañantes veremos que dos de los funcionarios presentan la inflamación en el cuello característica del bocio.En otra obra muy conocida, La madonna del parto, de Piero della Francesca, vemos que la modelo que posó como Virgen María también sufría, muy probablemente, de esta dolencia (figuras 4 y 5).
No tan frecuente, sin embargo, era la enfermedad que plasma Domenico Ghirlandaio en el Retrato del Conde de Sasset y su nieto, más conocido como «El viejo y el niño», que podemos ver en el Museo del Louvre. El anciano presenta una nariz voluminosa, inflamada y enrojecida, característica de un rinofima, lo que no parece ser un inconveniente para el pequeño que mira al anciano con la dulzura tradicional con que los niños miran a sus abuelos.
Pero no sólo los modelos han sido objeto de los estudios de la iconodiagnosis. También uno de los grandes maestros del Renacimiento, el genial Michel Angelo ha sido sometido al ojo clínico del doctor Franco. Sabemos que Michel Angelo aparece en La Escuela de Atenas, realizada por Rafaello Sanzio entre 1510 y 1512 para las estancias vaticanas.
Lo podemos ver en primer plano caracterizado como el filósofo Heráclito. En aquellos días Miguel Ángel estaba trabajando en la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina, un encargo del papa Julio II que Miguel Ángel odiaba profundamente. Eso explicaría por qué Rafael lo representa meditabundo y atormentado, aislado del resto, asimilándolo a Heráclito “El Oscuro”. En este peculiar “retrato” Miguel Ángel se nos muestra sentado y podemos ver sus rodillas, muy hinchadas y nudosas. Según Vito Fran- co esto podría indicar que el maestro pudo haber padecido de cálculos renales (figuras 8 y 9).
Este texto es un extracto de un artículo publicado originalmente en la revista ACTA de la Asociación de Autores Científico-Técnicos y Académicos. Puedes acceder a él y descargarlo de manera gratuita haciendo clic en el enlace.