Existió un lugar en el Londres del sigo XIX que parecía haber sido arrancando de la Tebas del Imperio Nuevo.
En él se custodiaron tesoros napoleónicos obtenidos en Trafalgar, animales salvajes y plantas exóticas traídos de los rincones más recónditos del Imperio Británico y, más tarde, momias y bellísimas obras de arte del Antiguo Egipto.
Pero, sobre todo, aquel lugar fue un escenario. Uno en el que actuaron todos los grandes magos más importantes de su época y que se convirtió en un refugio de la razón en contra de los abusos de estafadores que afirmaban ser espiritistas.
Ese lugar ya no existe. Fue demolido a principios del siglo XX y su destrucción fue el símbolo del fin de una época en que la magia y la belleza formaban parte intrínseca de la ciudad de Londres.
Pero hoy, si quieres, puedes visitarlo.
Solo tienes que dejar que el tiempo se confunda con la niebla que envuelve la ciudad hasta que la luz de gas de las farolas salga a tu encuentro.
Siente el frío húmedo en tu rostro, mézclate con los otros asistentes que esperan, entre murmullos de expectación hasta que las puertas, por fin se abren.
Cruza las enormes columnas egipcias y déjate deslumbrar por la grandiosidad del gran vestíbulo.
Los susurros se van apagando poco a poco, las lámparas se atenúan hasta que solo queda oscuridad.
Y, entonces, las cortinas de terciopelo rojo se abren y, poco a poco, al otro lado del escenario, la elegante silueta de un mago vestido de frac se va perfilando en el escenario.
El espectáculo está a punto de comenzar…
¡Bienvenido al Egyptian Hall!